Santa Isabel

El Pilar es un lugar lleno de historias. Algunas son muy conocidas y otras son prácticamente un secreto. Algunas aparecen representadas en inmensos cuadros y otras en pequeñísimos relieves. ¿Queréis conocer alguna? Pues bien, hoy vamos a hablar de algo que habéis visto un millón de veces: los santos de la fachada. ¿No os habéis fijado nunca?

Pues ahí va una fotografía:

¿Los veis? Están sobre la balaustrada, aguantando el frío y el calor como campeones

Sobre la balaustrada que corona la fachada hay toda una procesión de santos aragoneses o relacionados con Zaragoza: San José de Calasanz, San Vicente de Paúl, Santa Engracia, Santa Isabel, San Valero, San Braulio, San Vicente y Santiago. A lo mejor desde abajo no os parecen muy grandes, pero… ¡¡¡Cada uno mide tres metros y medio de altura y pesa 20 toneladas!!!

Cada una de las esculturas la pagó una institución diferente. La de San Valero, patrón de Zaragoza, el Ayuntamiento

Cada uno de los santos es perfectamente reconocible por sus atributos. ¿Sabéis qué es eso? Pues la cuestión es sencilla. ¿Qué cara tenía San Pedro? ¿Era alto, bajo, guapo, feo, gordo, delgado, rubio, moreno, pelirrojo o calvo? Ni idea, así de sencillo. Entonces, ¿cómo podemos saber que el que aparece representado en un cuadro es él y no otro? Pues por su atributo, o sea, algún objeto que lleve. Como San Pedro es el portero del cielo, pues la cosa es sencilla: unas llaves. Como a Santa Engracia le clavaron un clavo en la frente, pues nada, un clavo bien gordo. Como a San Lorenzo le asaron en una parrilla… está claro, ¿no? Cada uno de los santos que hay en la fachada del Pilar lleva su nombre escrito en el pedestal sobre el que se apoya, pero además lleva también sus atributos bien claros. San Vicente, p.ej., lleva su rueda de molino, y San Valero va vestido como un obispo. Hoy no vamos a hablar de ellos sino de Santa Isabel, “a rainha santa”, que la llaman los portugueses. ¿Y por qué? Veámosla primero.

Santa Isabel, con su corona y sus rosas

Santa Isabel nació en la Aljafería en 1271, hija del rey Pedro III y de Constanza de Sicilia. A la criatura le pusieron el nombre de su tía-abuela, Santa Isabel de Hungría, así que estaba predestinada ya desde que nació. “Uy, tiene cara de santa, ¿verdad?“. “Igualica, igualica que la tía Isabel“. Y claro, con esos precedentes, santa fue. Y reina, eso también, porque con 17 añicos la casaron con Don Dionis, rey de Portugal. Los portugueses organizaron un fiestón para la boda, así como os lo cuento. Pero si os creéis que su vida iba a ser un camino de rosas… pues desde ya os digo que no. Para empezar, Don Dionís tuvo un buen número de amantes, así que la reina tuvo que acoger, además de dos hijos suyos, a seis ilegítimos de su marido, que las criaturas no tenían culpa de nada.

Santa Isabel pintada por Zurbarán, con sus rosas

La cuestión es que la reina era muy caritativa, repartía limosnas entre los conventos del reino, entre los pobres… y claro, siempre los tenía haciendo fila en la puerta del palacio donde estuviera. Su marido estaba un poco harto de aquello, y un día que se la encontró por la escalera y se olió que iba a repartir algo, la paró y le dijo: “¿Qué lleváis ahí?“. Llevaba monedas, pero ¿para qué se lo iba a contar? ¿Para darle un sofocón? El caso es que le contestó: “Son rosas“. ¿Pensáis que el rey se lo creyó? Pues menudo carácter tenía él: ”A ver esas rosas, que las lleva vuesa merced muy escondidas“. Aquí viene un redoble de tambores, porque cuando se lo fue a enseñar… las monedas se habían convertido en rosas.

Retablo de la iglesia de Santa Isabel, en Zaragoza. Ella, en el centro (claro, es su iglesia) con sus rosas, como siempre

Cuando se quedó viuda la reina se cortó el pelo y se retiró a Coimbra con las monjas clarisas. Si le faltaba algo para ser santa, ya lo tenía. Fue morirse y empezar a hacer milagros sin parar, así como suena. El caso es que siglo y pico después un rey de Portugal que se llamaba Manuel I (el Afortunado, para que os hagáis una idea de cómo le iba la vida) decidió que quería tener una santa en la familia, y cómo se llevaba bien con el Papa empezó a mover el tema. Primero la beatificaron, y en 1625 (276 años después de su muerte) la canonizaron. ¿Sabéis lo que cuentan? Que cuando abrieron el féretro para ver cómo estaba el cuerpo se la encontraron incorrupta y encima… olía a gloria. Claro, sería cosa de las rosas, digo yo.

El arca con los restos de Santa Isabel, en el monasterio de Santa Clara-a-Nova de Coimbra

Como antes de ser reina de Portugal Santa Isabel fue infanta de Aragón (el patio principal de la Aljafería, donde nació, lleva su nombre) la Diputación del Reino la convirtió en su patrona, y le levantó una estupenda iglesia (a la que hoy la gente también llama de San Cayetano). La decoración de su magnífica fachada está dedicada al escudo de Aragón, a los santos teatinos (la orden a la que se entregó la iglesia) San Cayetano y San Andrés Avelino y a la propia santa, que la corona.

Coronando la fachada, Santa Isabel con las rosas

Hoy la heredera de la Diputación del Reino es la Diputación Provincial de Zaragoza, que es la propietaria de la iglesia. Sigue celebrando la fiesta de su patrona y pagó su escultura en la fachada del Pilar, la que veíamos al principio. Además, cuando llegan las fiestas del Pilar cuelga en los balcones de su sede de la Plaza de España reposteros con su imagen y la de San Jorge.

Seguiremos escribiendo sobre «Los aragoneses» y sobre muchos otros temas relacionados con nuestra identidad. De momento os recordamos que podéis seguirnos entrando en http://www.facebook.com/identidadaragonesa o en twitter, @estatutoaragon, y que estamos esperando todas las sugerencias que tengáis sobre los temas acerca de los cuales os gustaría que fuéramos escribiendo aquí.

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