Pignatelli y el Canal Imperial

En 1722 una gran riada rompió la presa de la Acequia Imperial, en El Bocal, quedándose el cauce prácticamente seco y la acequia fuera de servicio. A partir de entonces se plantearán una serie de proyectos que culminarían en el Canal Imperial, que serviría tanto para el riego como para la navegación.

El Conde de Aranda y después Floridablanca impulsarían el proyecto, confiando para ello en un personaje extraordinario: Ramón de Pignatelli. ¿Queréis ver qué cara tenía? Pues aquí os dejo un cuadro que está en el Museo de Zaragoza y que no acabamos de tener claro quién pintó.

Retrato de Pignatelli en el Museo de Zaragoza

Enseguida hablaremos del cuadro, pero vamos a ver primero quién era este personaje que nació en Zaragoza allá por el año 1734 y que enseguida se trasladó a vivir con sus padres, los condes de Fuentes, a Nápoles, estudiando luego en Roma y doctorándose en la Universidad de Zaragoza. Como tenía un hermano mayor que él, que heredó los títulos, se dedicó a la iglesia («Tres cosas hacen al hombre medrar: Iglesia, o mar o casa real«, que decía el viejo refrán), lo que no le impidió ocupar todo tipo de cargos públicos: regidor de la Real Casa de Misericordia (el edificio Pignatelli, que actualmente ocupa el Gobierno de Aragón), director de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, rector de la Universidad de Zaragoza y lo que más nos interesa hoy, protector del Canal Imperial de Aragón.

Acueducto del Canal sobre el Huerva, conocido como «El ojo del Canal»

¿Cómo estaba la situación en relación con la construcción del Canal cuando Pignatelli fue nombrado para el cargo? Pues vamos a retroceder hasta el siglo XVI para verlo. En época de Carlos V se había construido la Acequia Imperial para regar las tierras del sur del Ebro, aunque acabó fracasando por los problemas técnicos que planteaba el cruce con el río Jalón (que se solucionarían con la construcción de un acueducto conocido como las murallas de Grisén). El proyecto se retoma en la segunda mitad del XVIII, cuando se piensa que el retraso económico del país se debe, en gran parte, a la falta de comunicaciones interiores y se quiere hacer una red de canales navegables, uno de los cuales debía unir el Cantábrico con el Mediterráneo (aunque, como sabemos, el proyecto final fue mucho menos ambicioso). El Conde de Sástago (sucesor de Pignatelli) escribía: «Estos sabios profesores, en vista del terreno de la corriente del Ebro, opinaron que sin dificultad podía ser navegable, con tal que se construyesen algunos canales a poca distancia del río, capaces para suplir la navegación en aquellos parages por donde corre sumamente extendido, y es difícil incorporar las aguas en cantidad suficiente para transitar los barcos de porte de alguna consideración«.

Plano del Canal Imperial de Aragón

En 1768 se aprueba el proyecto del francés Juan Agustín Badín y su hijo, que crean la empresa “Badín y Compañía de Madrid y Zaragoza”, a la cual se le cedía la explotación del Canal durante cuarenta años a cambio de la construcción. Parece que “los socios de dicha Compañía no pensaban en otra cosa que en apropiarse cada uno las sumas que podían”, por lo que el conde de Aranda crea el cargo de Protector del Canal, para el que designa a Ramón de Pignatelli en 1772. Cuatro años después es nombrado primer secretario de Estado el conde de Floridablanca y a partir de entonces los trabajos cobran un nuevo ritmo, ocupando a presidiarios, miles de campesinos de toda la ribera del Ebro y regimientos del ejército (el puente de América se llama así por los soldados del regimiento de América que trabajaron en esa zona, y muy cerca de allí, también en Torrero, hay una calle Africa por la misma razón).  Pignatelli está hasta tal punto pendiente de todo que en un informe se dice que «no se sienta una piedra, por pequeña que sea, ni se gasta un real de vellón, sin que llegue inmediatamente a su noticia«. En 1784 llegan las aguas a Zaragoza y dos años después se inauguran los puertos de Casablanca y Torrero.

Fuente de los incrédulos, en el barrio de Casablanca

Fue entonces cuando Pignatelli mandó construir, en la zona de Casablanca (llamada así por la Casa Blanca del Canal, de la que hablaremos otro día) un peculiar monumento: la Fuente de los Incrédulos, llamada así por la inscripción en latín que dice: «Para convencimiento de los incrédulos y descanso de los caminantes«. Con ella Pignatelli quisó dar una bofetada a ese sector de la ciudad que no creía que el proyecto se pudiera realizar pero que tampoco hacía nada para qué saliera adelante. Heredero de aquellos incrédulos, esos que ni hacen ni dejan, debía ser aquel que un día se encontró a Buñuel y le dijo: «He visto tu película. Flojica, maño, flojica«. Anécdota que también cuenta José Luis Borao y que seguro que podrían contar muchos más con palabras parecidas. Pignatelli no consiguió exterminarlos (una pena), pero nos enseñó el camino para neutralizarlos: una buena dosis de indiferencia y mucho trabajo, para poder utilizar los resultados como argumento.

Pignatelli por Cano

En 1793 las grandes obras del Canal había concluido. Se intentará prolongar el cauce con muchos gastos y poco éxito, pues se había llegado a una zona de terreno yesoso, muy permeable, que hacía casi imposible avanzar (de hecho, más allá de las esclusas de Valdegurriana el canal se convierte prácticamente en una acequia). En cualquier caso la obra fue todo un éxito, pues permitió regar más de 25.000 hectáreas y establecer un servicio muy efectivo de transporte de viajeros y mercancías entre Zaragoza y Tudela.

El Canal y al fondo las instalaciones del puerto de Miraflores (junto al puente de América)

En 1790 el Canal encargó a Goya un retrato de Pignatelli en el que aparecía de pie con El Bocal (el lugar donde nace el Canal) al fondo. ¿Es el retrato que hay en el Museo? Pues es complicado decirlo, porque en ese cuadro hay una inscripción que dice: “Retrato del Exc. Sr. D. Ramón de Pignatelli y Moncayo copia original de D. Francisco de Goya ejecutada por D. Narciso Lalana en Zaragoza año de 1821. Falleció dicho señor en la misma en el de 1793«. En principio la cosa no deja lugar a dudas: Goya pintó un retrato que en principio está perdido y otro pintor hizo una copia que es la que podemos.ver. Pero… (siempre hay un pero, ¿verdad?) los restauradores Carlos Barboza y Teresa Grasa están convencidos de que esta es la obra original de Goya. ¿En qué quedamos? Pues de momento, nos quedaremos con la duda.

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