Cuando Aragón no era más que un pequeño reino pirenaico, recluido entre montañas, todo su sueño era conquistar Zaragoza. Ambicionaba las fértiles tierras del valle del Ebro, la posesión de lugares bien poblados, de las vastas llanuras de cereal de la tierra baja y, por supuesto, de la mítica capital andalusí, Saraqusta, aquella perla blanca incrustada en el verde esmeralda de su huerta.
Cuando, en las primeras décadas del siglo XII todo aquello fue una realidad y el poder islámico mostraba su retroceso frente al empuje guerrero de los cristianos, Aragón empezó a plantearse el sueño de tomar Valencia, la llave del mar Mediterráneo. Por el camino estaban las serranías turolenses, enclave idóneo para establecer un bastión desde el que planificar con garantías la conquista. Y aunque Valencia tardaría aún mucho tiempo en caer a manos cristianas, desde los años 70 del siglo XII empezó a florecer una población importante en aquellas sierras como punta de lanza del Reino de Aragón frente a los dominios de Al-Ándalus: Teruel.
Por el mes de octubre de este año de 1171 el rey pobló a las riberas del Guadalaviar una muy principal fuerza, adelantando sus fronteras contra moros del reino de Valencia, y llamóse Teruel…
Crear una ciudad es, también, un sueño, uno de los más ambiciosos que acaricia el hombre desde los inicios de la civilización. Alcanzar un lugar, adueñarse de él, poblarlo, diseñar su trazado urbano y su defensa, construir los necesarios edificios públicos; dotarlo de leyes y de una organización racional que permita la convivencia, ir dando forma poco a poco a su propia personalidad… Así se fue conformando Teruel a partir de 1171, por iniciativa del rey Alfonso II. Pero Teruel no surgió de la nada: existía desde antiguo y, desde luego, en época islámica, aunque probablemente, como evidencian las excavaciones arqueológicas, no era una población sino un lugar fortificado.
Fue a partir de la toma de Valencia por los almohades, en el año citado de 1171, cuando Alfonso II de Aragón tomó la decisión de convertir aquel enclave en una villa bien poblada y defendida, y para conseguirlo la dotó de un fuero especial, uno tan completo y ventajoso que hiciera atractivo a las gentes aquel lugar extremo de frontera: es el famoso Fuero de Teruel, concedido el 1 de octubre de aquel año.
Así se inicia el texto del Fuero:
Puesto que la memoria es resbaladiza y no es suficiente para la multitud de las cosas, se hace necesario dejar constancia material de ella, a fin de que se restaure íntegramente por el escrito lo que se ha escapado del albergue del pecho por el paso del tiempo. Por esto, sea conocido por todos, presentes y venideros, que nos, Alfonso, por la gracia de Dios rey de Aragón […], hago y pueblo una villa en el lugar que se llama Teruel. Y para que los habitantes y pobladores que lleguen, habiten allí más segura y gustosamente, y otros deseen venir, les concedo y hago esta carta de población, costumbre y franqueza.
La de Teruel es una bonita historia, que en sus inicios se basa en este magnífico fuero, uno de los más destacados e importantes de España. Es una obra un valor histórico excepcional, no tiene precedentes y primer texto legal de gran extensión redactado en la Península Ibérica. Pero, como todos los lugares de importancia, en algún momento la ciudad sintió la necesidad de envolver sus orígenes en aura de leyenda, y así cuenta con un relato muy popular que narra su fundación. Cuenta que acampadas las huestes de Alfonso II en el cerro que hoy ocupa Teruel, hubo de marcharse el rey urgentemente a otro lugar del reino; los caballeros que iban con él le sugirieron la conveniencia de fundar en el lugar donde se hallaban una villa para reforzar la frontera y él accedió antes de marchar. Pero los señores que habían de encargarse de realizar aquella nueva fundación dudaron sobre la elección del emplazamiento más adecuado… Finalmente decidieron que escogerían aquel que la Providencia les marcara con alguna señal. Y aquella señal no tardaría en llegar. Las tropas moras de los contornos les prepararon una emboscada, enviando hacia donde estaban una enorme manada de toros con las astas encendidas. Los cristianos no solo acabaron con aquella amenaza, sino que dispersaron a los soldados enemigos, adueñándose de la margen izquierda del río Guadalaviar. Y fue entonces cuando vieron, en un alto, a uno de los toros con una luz entre las astas; quizá fuera un resto de la pez o las ramas ardientes que le hubieran colocado, pero parecía una estrella…
Esa fue la señal que los caballeros cristianos interpretaron como un guiño de la Providencia que les indicaba el lugar donde había de estar Teruel. Y ese fue, por tanto, el lugar elegido. Por eso es por lo que hasta hoy el toro se identifica con Teruel en muchos de sus símbolos: destacadamente, en el escudo, en la bandera y en el monumento que se alza en la plaza que constituye el centro de la ciudad, el famoso Torico.
Otra versión, que recoge por ejemplo Cosme Blasco y Val en su vetusta Historia de Teruel, afirma que, habiendo determinado el rey y sus caballeros la fundación de una ciudad en la zona, divisaron un toro en un cerro, que mugía y al que seguía en sus movimientos una estrella que desde el firmamento parecía alzarse sobre su cabeza. El animal se paró en la cumbre de un cerro, siempre con el astro sobre él; y aquella visión produjo tal impresión en los cristianos que eligieron aquel lugar para la fundación que intentaban.
La relación de Teruel con el toro, sin embargo, podría ser más antigua que todo eso, si se atiende a la existencia de monedas romanas acuñadas con el símbolo del toro y la estrella (mejor, las estrellas, pues suelen ser dos) o a la tradición que afirma que la ciudad fue fundada, en realidad, por unos fenicios que remontaron el río Turia y que, debido a la cantidad de toros que existían en el lugar, dieron el nombre de este animal tanto al río por el que habían venido como a la población recién creada, a la que llamaron Turba o Tor-bat. El erudito decimonónico Miguel Cortés se inclinaba por aceptar esto último, afirmando haberse hallado monedas celtíberas en los contornos de Teruel en las que se veía «el buey arrodillado, en ademán de recibir las divinas influencias de la diosa Venus, representada en el lucero».
Bello relato y bella imagen, en cualquier caso, que ha quedado desde tiempos remotos asociada a la identidad de Teruel y al imaginario popular. Si queréis conocer más sobre los símbolos de Aragón aquí os dejamos unos cuantos enlaces a nuestro blog. Y si queréis seguirnos, podéis hacerlo entrando en http://www.facebook.com/identidadaragonesa y pinchando en «me gusta», o en twitter @estatutoaragon
Interesantísimo….documento..
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me ha encantado
Desde la Casa de Aragón en Sevilla, gracias por tu artículo que tomo prestado para nuestro blog
Bonita historia para leer justo cuando estoy comiendo en Teruel al lado del torico.
Pues estupendo, disfrútalo.
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