En el término del municipio oscense de Yebra de Basa, una vez atravesado el núcleo urbano desde la carretera principal, se halla el monte Oturia, paraje prepirenaico que guarda muchas sorpresas. En el camino tradicional hacia la cumbre, el que labraron las antiguas generaciones para llegar a sus más de 1.600 metros de altura, se encuentran rincones de exuberante naturaleza junto a cascadas de agua y ermitas casi ocultas en las oquedades de la pared rocosa. Son elementos que remiten a la leyenda que marca la historia y las costumbres del lugar, reflejados en la romería que allí tiene lugar cada 25 de junio. Con rituales propios de gran valor etnográfico, recorre el camino hasta llegar al Santuario de la cumbre, dedicado a una mártir por la que los vecinos de la zona expresan una especial veneración: Santa Orosia.
La Romería de Santa Orosia moviliza y une a buena parte de la población de la Comarca del Alto Gállego. Representantes de muchos de sus núcleos participan en un ceremonial que se supone antiquísimo y que se articula alrededor de la reliquia de la cabeza de la Santa, oculta habitualmente en un llamativo relicario que simula sus facciones. Éste es el objeto venerado que sale desde la Iglesia de Yebra de Basa, donde se custodia durante todo el año, recién empezado el día. Desde allí marcha hasta la cima del monte Oturia por ese camino que, dice la tradición, fue el del martirio de la joven princesa de Bohemia.
Y es que, para entender mejor la Romería, debemos conocer antes la historia de la Santa a la que se venera. La joven Orosia de Bohemia fue la mujer elegida para casarse con Fortún Garcés, heredero del trono de Sobrarbe, en un tiempo en el que los primigenios reinos cristianos de los valles pirenaicos estaban siendo asediados por las tropas musulmanas. Una de aquellas partidas sarracenas dio con la comitiva extranjera en el monte Oturia, donde se habían refugiado de camino al encuentro con el futuro esposo. Entonces, asegura la tradición, el capitán de los musulmanes, Aben Lupo, prendado de la belleza de Orosia, conminó a ésta a marcharse con él. Y ante su repetida negativa, como mujer de profundas convicciones y dignidad cristiana que era, fue decapitada. Dos siglos después un pastor encontró los restos de Orosia entre luces inexplicables y olor a santidad. Y la cabeza quedó en el lugar donde pereció, en Yebra de Basa, y el cuerpo partió hacia Jaca, donde también existe una gran devoción.
El particular camino de ascensión por el que discurre la romería se creó atendiendo a los diferentes episodios de esta leyenda. De hecho, la tradición dice que los romeros repiten el camino que hizo Orosia intentando huir de Aben Lupo, es decir, de su calvario. Desde su salida, la comitiva se detiene para rezar en cada una de las ermitas que encuentran en su camino, relacionadas de una u otra manera con la historia hagiográfica. Así, por ejemplo, en la ermita de “As arrodillas” existe una enorme roca en la que se aprecian dos huecos y dos cortes que se relacionan con la marca que dejaron la espada de Aben Lupo y las rodillas de Orosia al ser ésta decapitada. Otra de las ermitas lleva el nombre de Cornelio, hermano de la Santa y asesinado para quebrar su voluntad, y en otra la tradición dice que es donde se ocultaron y encontraron después los restos mortales. Además, el agua de la cascada que cae por la pared rocosa en la que están las ermitas procede de las filtraciones del manantial que brotó en el lugar en el que se supone que fue cercenada la cabeza de la Santa, justo enfrente de donde hoy se erige su Santuario.
Más allá de la belleza del paisaje y sus elementos, lo relevante de la romería es su propia plasticidad. En la subida destacan las grandes banderas de color vino que abren la comitiva y las más de treinta cruces que las siguen. Cada una de esas cruces identifica a uno de los núcleos de población que participa, desde Biescas a Fiscal, Ainielle, Otal, Espín o Yésero, pasando por Gavín o Sabiñánigo. Tras banderas y cruces, en dos filas y justo delante de la peana en la que se transporta la reliquia, marchan un grupo de romeros vestidos con “ropones” de peregrino, sombrero de ala ancha y bastón en la mano. Son los miembros de la Hermandad de la Cabeza de la Santa que han sido elegidos previamente para ser los representantes de cada uno de esos lugares que rinden devoción.
Orosia ha unido y fortalecido los lazos de amistad entre las poblaciones, como se ejemplifica en el saludo de cruces y banderas que se celebra en la ermita de la Cruz, o el Zoque. Es la última parada antes de llegar al Santuario, ya en más alto de la montaña. Los romeros unen el palo de sus cruces con la Cruz de Yebra, simbolizando la renovación del compromiso de amistad entre las gentes de alrededor. De hecho, justo antes de este acto ceremonial se desarrolla el tradicional almuerzo de convivencia, con el que se recuperan las fuerzas perdidas en la ascensión.
El camino es amenizado, en todo momento, por el sonido de dos instrumentos muy especiales: el chiflo y el salterio. Por algo muchos relacionan directamente su pervivencia con la utilización en los rituales propios de la devoción a Santa Orosia. De hecho, su uso de forma tradicional se circunscribe únicamente a Yebra de Basa y Jaca. Sin su son no es posible entender el tradicional dance que también acompaña a la reliquia de la Santa.
Músicos y danzantes, con sus vistosos gorros de cintas de colores, sus medias con cascabeles bordados o sus pañuelos de seda anudados al pecho, forman parte de la comitiva. Al sonido del chiflo y el salterio se une el golpeteo rítmico de los palos en distintos momentos. Ejecutan una serie de mudanzas que tienen su origen en el siglo XVII y que se han transmitido de generación en generación. Y, al final del día, el “Repatán” y el “Mayoral” toman la palabra para interpretar la también muy típica Pastorada, una serie de dichos en aragonés con los que se recuerda la leyenda de Santa Orosia.
Así es la Romería de Santa Orosia de Yebra de Basa, manifestación muy viva de la historia y las costumbres más tradicionales en uno de los primeros territorios de lo que se configuró como Aragón. La profunda devoción ha dado lugar a una celebración festiva y popular que, por suerte, se ha mantenido sin grandes cambios y hoy supone toda una seña de identidad a proteger y admirar.
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