Los que hemos disfrutado alguna vez de La Vaquilla del Ángel de Teruel sabemos que esas jornadas se acercan mucho, si es que no lo son, a la verdadera esencia de la fiesta. Eso sí, las imágenes de masas de gentes, atraídas por afirmaciones como la anterior, o de la “alegría” en las caras de los que beben, comen y bailan en las calles y plazas, pueden darnos a entender una imagen simplista y equivocada de unas celebraciones que se engarzan con la tradición más profunda. La “fiesta” se crea alrededor de una serie de actos de larga tradición, que provocan las emociones más profundas. Momentos como el del “Campanico”, la puesta del pañuelo, la comida de las peñas o los toros ensogados, que muchos no conocen inmersos como están en la vorágine festiva, son la verdadera esencia de La Vaquilla.
En realidad, el ambiente festivo ya se siente en la ciudad una semana antes de que comiencen los días de La Vaquilla del Ángel. El programa de actos más tradicional se ha ampliado en las últimas décadas con verbenas, degustaciones, actividades culturales y deportivas o actos infantiles. No son más que un añadido a la verdadera tradición, que dice que las fiestas se celebran en el segundo fin de semana más próximo a San Pedro o el más próximo al día de San Cristóbal. Aunque el nombre popular es el de “La Vaquilla”, su nombre oficial es el de “Fiestas del Ángel”, en honor al patrón Santo Ángel Custodio. Duran tres días, sábado, domingo y lunes, y rememoran la fundación de la ciudad, teñida de leyenda y con el protagonismo fundamental del toro.
A estos tres días grandes se suma el movimiento peñista, que transforma el paisaje urbano en los días previos con el montaje en calles y plazas de sus sedes sociales. Las “peñas vaquilleras” son uno de los puntales de la fiesta. Las primeras surgieron antes de la mitad del siglo XX, alrededor de las bandas musicales o charangas que ponían banda sonora a los días de fiesta. Hoy son casi una veintena y tienen especial protagonismo en los actos centrales. Su aportación hace de las fiestas de La Vaquilla la cita multitudinaria que es. Sus carpas son el escenario principal para los visitantes: recintos para el baile y la convivencia. Además, los pasacalles acompañados por sus respectivas charangas suponen otra de las imágenes típicas. De hecho, las barras que se montan en las calles están obligadas a apagar su música cuando pasan las charangas de las peñas. De ahí, de Teruel, viene el término “paso vaquillero”, que se refiere al ritmo con el los peñistas siguen a la charanga en estos pasacalles.
La fiesta de La Vaquilla del Ángel se inicia la jornada del sábado por la mañana con el rezo de la Salve en honor al Santo Ángel Custodio en el Ayuntamiento. Con la Salve, cantada en latín, se pide al Santo protección para la ciudad y para las fiestas, especialmente para correr a los toros. Posteriormente se lleva a cabo la subasta pública de los palcos de la Plaza de Toros para asistir a la merienda y suelta de vaquillas del día siguiente. Con el acto de la subasta, se pretendía históricamente que los mejores sitios de la Plaza pudieran estar también al alcance del pueblo llano, que se unía en cuadrillas para disfrutar en ellos de una tarde de toros. No sólo la tradición ha llegado con mucha fuerza hasta nuestros días, sino que incluso se sigue subastando en pesetas, de la forma en la que se ha hecho siempre.
Ya entonces la mayor parte de los turolenses viste el uniforme oficial de las fiestas, otra de las tradiciones típicas de La Vaquilla. Camisa y pantalón blanco se combinan con el pañuelo y la faja roja y, en el caso de los peñistas, la blusa negra que les identifica, decorada con los anagramas de fiestas pasadas.
A primera hora de la tarde llega el momento de dar inicio oficialmente a la fiesta. El alcalde o la alcaldesa de Teruel anuncia el comienzo de La Vaquilla a todos los vecinos desde el balcón del Ayuntamiento, animándoles a que disfruten de ella. Lo hace justo antes de hacer sonar “el campanico” que, como su nombre indica, es una pequeña campana que se encuentra sobre el tejado del edificio. Es la señal tradicional del inicio de las fiestas, que van a explotar del todo cuando el o los peñistas que han recogido el tradicional pañuelo rojo de manos del alcalde o alcaldesa en ese momento, lo lleve hasta el monumento de El Torico. Éste se halla en una plaza anexa, y hasta allí llega el portador del pañuelo haciéndose hueco entre la multitud ya enfervorecida, entre la que están todas las peñas identificadas con sus pancartas y sus charangas. Los compañeros de peña ayudan al portador del pañuelo a trepar la columna sobre la que se encuentra la pequeña figura del toro para colocárselo al cuello, en una acción conocida como “vestirlo de vaquillero”. Cuando eso ocurre la explosión de alegría y emociones es inexplicable. Ahora sí, la fiesta ha comenzado. Las charangas comienzan a tocar y la música de las peñas y barras a sonar. Se desata el jolgorio, y el ambiente callejero no decaerá en las jornadas siguientes.
El domingo, tras una primera noche intensa de fiesta, se celebra la Santa Misa en honor al Santo Ángel en los salones del Ayuntamiento. Es el primer acto de tradición en una jornada marcada por la merienda en la Plaza de Toros. Las peñas acuden hasta allí en pasacalles, bien provistos de comida y bebida y disfrazados, para disfrutar de una tarde de toros en la que se presentan los ejemplares que van a salir por las calles, ensogados, a partir de la madrugada siguiente.
Éstos, los toros que se corren por las calles, son un elemento fundamental. De hecho, se cree que son el verdadero origen de la fiesta, de cuando en el siglo XVII quedó documentado que los turolenses llevaban a los presos un toro atado a una cuerda por el centro de la ciudad para, una vez allí, ser toreado y posteriormente comido. Hoy en día salen primero desde la Plaza de Toros hasta el corral de la Nevera o el antiguo matadero a partir de las 6 de la mañana del lunes, tan sólo a modo de traslado desde el lugar donde han sido exhibidos la tarde anterior. Ya por la tarde del lunes se corren de la forma tradicional en la plaza del Torico, siempre perfectamente controlado por los “sogueros y bagueros”.
Al término de una larga tarde de toros ensogados ya sólo queda, en la medianoche del lunes, un último acto emotivo. Todas las peñas salen desde sus sedes en pasacalles para concentrarse de nuevo en la Plaza del Torico. Allí tiene lugar la retirada del pañuelo a la figura. Acto seguido suena el himno de la vaquilla, en lo que supone el final de las fiestas.
Son las tradiciones principales, más allá del jolgorio más conocido, que suponen los puntales de una fiesta tradicional. Y han quedado inmortalizados en el monumento alegórico que se levanta entre los dos viaductos turolenses. La escultura, obra del artista José Gonzalvo, muestra al Ángel Custodio frenando al toro ensogado ante una acometida hacia el peñista. Coronando el conjunto se halla la estrella, que protagoniza la leyenda de fundación de la ciudad y hoy es uno de los símbolos de su escudo heráldico. Es la forma perfecta de rendir homenaje a una fiesta de siempre y de todos.
Si os animáis a vivir la Vaquilla del Ángel aquí encontraréis toda la información: