Aprovechando que este próximo domingo celebramos el Día Internacional de la Poesía te proponemos marcharnos de viaje al antiguo monasterio oscense de Casbas, pero no para visitar el edificio, sino para conocer a la poeta Ana Francisca Abarca de Bolea, su más célebre moradora. Una mujer interesantísima que acabó por convertirse en abadesa y que, dotada de una gran inteligencia y sensibilidad, se dedicó a escribir poesía, siendo la primera escritora que lo hizo en aragonés. ¿Nos acompañas a descubrir a esta ilustre aragonesa?

Nuestra protagonista nació casi a la vez que el siglo XVII, en 1602, y en el seno de una de las grandes familias aragonesas de la época: los Bolea. Aunque vio la luz y fue bautizada en Zaragoza, su figura está irremediablemente vinculada a Huesca, pues a la temprana edad de tres años Ana fue confiada al monasterio de Nuestra Señora de Gloria, de donde nunca más saldría. Este cenobio femenino, también conocido como de Casbas, estaba adscrito a la orden del Cister y gozaba de gran prestigio en la época, especialmente por su escuela monástica, que le valió a la joven monja de Casbas una elevada educación cultural difícil de adquirir en otro lugar del Reino. Entre otras disciplinas, pronto dominó el latín.

Ana Francisca quedó huérfana de ambos padres a los catorce años, que fallecieron en Siétamo, donde la familia tenía importante posesiones. Pero poco después, la culta novicia encontrará su nueva familia en la comunidad de monjas, realizándose el trascendental acto de su profesión religiosa en 1624, a los veintidós años de edad. A partir de este momento, los elogios a su persona se van a suceder sin pausa. Así, en los preliminares de sus obras literarias, superiores y amigos destacarán el autodidactismo, su sorprendente sabiduría, y su vocación artística, la cual cultivó durante toda su larga vida.
Debemos imaginar a Ana como la monja incansable de Casbas. Ella nunca descansaba. Además de los ejercicios religiosos que todas las monjas realizaban diariamente, Ana siempre encontraba tiempo para el estudio, la lectura y la creación literaria, que tanto le apasionaba. Y sin embargo, no era esa la única de las artes que practicaba, pues también dedicaba espacio a la pintura, al bordado, y a la música. Así, no debe extrañarnos que alcanzase la categoría de cantora mayor del convento.

Como sabemos, por aquellos años de mediados del siglo XVII España era el escenario de una interesante actividad cultural, y Ana Francisca, aún siendo mujer y monja, supo destacar en ese mundo. De esta manera, a la trágica muerte del príncipe Baltasar Carlos en Zaragoza, en octubre de 1646, tuvo lugar un certamen funerario en el que participaron importantes poetas, y Ana Francisca obtuvo el tercer premio con los dos sonetos que presentó. Más tarde, en 1650, y con motivo del casamiento del rey Felipe IV con Mariana de Austria, se celebra otro certamen poético en Huesca. Ana presentó un poema en octavas sobre la Purificación de la Virgen y obtuvo el segundo premio. Consciente de su valía, ella misma escribiría años más tarde: “Todos alabaron el buen gusto de Mileno, y dijeron que la autora de las octavas, no sólo merecía el segundo premio que le dieron, sino muy de justicia el primero”.

Pero aún es más revelador el que Ana Francisca, pese a su clausura, sea reconocida como una integrante más del célebre círculo de artistas y eruditos que por aquél entonces se daban cita en el palacio de Vincencio Juan de Lastanosa, destacado intelectual y mecenas oscense. En aquella interesante pero ya desaparecida residencia, y entre los exóticos jardines que lo rodeaban, se daban cita las inquietudes literarias, científicas y culturales más fructíferas de Aragón. Las cartas evidencian la amistad existente entre Ana Francisca y algunos de los más importantes miembros del grupo de amigos de Lastanosa, como el gran Baltasar Gracián, el cronista de Aragón Andrés de Uztarroz, Francisco de la Torre, Jerónimo de San José, Luís Abarca de Bolea o Manuel de Salinas, que dirigiría una epístola a Ana Francisca en los preliminares de la obra de la monja “Catorce vidas de Santas de la orden del Cister”, publicada en 1655.

Cuando Baltasar Gracián publica “Agudeza y arte de ingenio”, también él incluye a Ana Francisca Abarca de Bolea como ejemplo de su teoría, homenajeándola además con las siguientes palabras: “[…] la muy noble e ilustre señora doña Ana de Bolea, religiosa bernarda en el monasterio de Casbas, en Aragón. […] compitiéndose la nobleza, la virtud y su raro ingenio, heredado del insigne y erudito don Martín de Bolea, su padre […]”.

La relación epistolar de la monja de Casbas con estos eruditos nos sirve para saber más acerca de esta fascinante mujer y sus avatares. Así, por ejemplo, ella se considera discípula del cronista Andrés de Uztarroz, al que ya hemos mencionado, y se nos revela como una escritora inquieta, sensible y con gran ingenio.

Con setenta años de edad, Ana Francisca alcanza el enorme honor de ser elegida abadesa del monasterio de Casbas, siendo también responsable de todos los lugares, villas y castillos que se hallaban bajo la jurisdicción del abadiado. Durante cuatro años, esta dignidad debió de absorber las energías y el tiempo de la ya anciana monja, pero una vez dejó el cargo, no tardó en publicar otra obra, que sería la última de su vida: “Vigilia y Octavario de San Juan Baptista”, de 1679.

En esta obra, cuyo género no es histórico, aparecen diversos textos en verso y en prosa enmarcados en un argumento pastoril, y queremos destacar aquí tres poemas escritos en aragonés que son los más importantes de Ana Abarca: “Albada al nacimiento”, “Baile pastoril al nacimiento” y el dedicado a la procesión del Corpus, celebrada en Zaragoza. Probablemente, el precedente de estos textos lo encontramos en Góngora, quien también tiene poemas dedicados a la Navidad y a la procesión del Corpus.

No sabemos la fecha de la muerte de Ana Francisca Abarca de Bolea y Mur, de quien ya no hay noticia a partir del año 1686, cuando aparece su último documento firmado por ella, con el pulso tembloroso propio de sus ochenta y cuatro años… Nosotros nos quedamos con algunos de sus bonitos y esperanzadores versos en aragonés:
Media noche era por filos
las doce daba el reloch
cuando ha nagido en Belén
un mozardet como un sol.
‘La poesía es un arma cargada de futuro’ (Blas de Otero); ‘Las armas las carga el diablo’ (trad); ‘Las armas disparan por la culata’; ‘Yo poeta declaro que escribir poesía es decir el estado verdadero del hombre, es cantar la verdad, es llamar por su nombre al demonio que ejerce la maldad noche y día’ (Caco Senante, ‘Entre amigos’, texto de A Millar https://youtu.be/DvJzmbN32-0). Josef Stalin: ¿Profesión? -Poeta. ¡Txakurrak kanpora! Agur. Salut +